Ella jugaba con la pajilla en su boca, estaba
distraída. Las burbujas de gas del vaso revoloteaban a unos centímetros de sus
labios. Se sentía estúpida sentada en aquel lugar esperando que trajeran a su
mesa un trozo de tarta de calabaza. En que cuento de los años veinte estaba.
Tocando una vez mas con sus manos temblorosas el arma ensangrentada bajo la
mesa, podía imaginar un par de gotas rojas caer con estrepitoso ruido sobre el
ajedrez de las baldosas. No se suponía que la corredera de una M9 quedase
empapada, pero, ¿quién se aferra a su asesino y te desafía a seguir apretando
el gatillo? A ver, como la punta del cañón se introduce como una lanza en tu
vientre.
El sonido de los cubiertos y la sonrisa de la camarera la
sacaron de su ensoñación, frente a ella en reluciente blanco un trozo de pastel
era coronado con una frambuesa, debía comer algo, y no importaba si la
mermelada carmesí que escurría la hacía recordar las tripas de aquel despreciable
sujeto. No era el primero o el último de su lista.
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