Aun
de espalda a la barra, percibió la llegada de un nuevo cliente, el sonido de la
tela a media altura escurriendo por los hombros. De soslayo vio un casco
bermellón situarse a su derecha, sintió curiosidad. Una pantalla sobre su
cabeza indicó el número del especial de media noche. Ramen de jamón, cebolla y
espárragos, algo simple, más en la fría noche de Taipéi, los fideos caseros
humeantes eran la moneda más buscada.
Rin
respiró profundamente antes de iniciar su ritual, la curiosidad podía esperar,
su labor era primero. Fijó en su mirada cada utensilio de aquella cocina de tres
ruedas y se sonrió. Su propia expresión de satisfacción lucia reflejada en la
superficie de aluminio de su mesa de trabajo.
-No
tengo prisa, no te apures- Una suave voz se escuchó por sobre las primeras
gotas de otoño. Complacido, Rin saludó con un ademán. Unos grandes ojos lo
miraban tras la visera del casco protector.
-
Haré mi mejor esfuerzo – De soslayo, vio como una franja azulada y gris
recorría el contorno de la chaqueta que portaba su cliente. Sus intestinos de
contrajeron, conocía esa vestimenta. Una policía. Y él, un cocinero ambulante sin
su permiso de atención nocturna, “¿qué haría?”, pensó con angustia. No quería
pasar las siguientes noches en una comisaría. No tenía forma de conseguir el
dinero que costaría sacar su carrito del depósito de vehículos.
De
forma automática, propio de la cadencia de sus movimientos entrenados, uno a
uno los ingredientes en reposo recorrieron la distancia entre recipientes hasta
la gran sartén ovalada. Nada bueno pasaba en su mente, solo ideas funestas, “nada
puedo hacer, la suerte es mi única compañera”, pensó desanimado. Sin pausa o
premura, balanceo las espigas de zapallo verde y condimentó los cuadraditos de
cebolla caramelizada. Cada aroma por aquellos segundos fue único, elevado a su
mejor expresión, sazonados con la adrenalina de una última cena.
Al
comenzar a servir, Rin vio la expresión de agrado de la oficial de seguridad, podía
reconocer en ella sus ansias por probar el caldo y sorber los fideos. Ahora sin
casco, alegre y sonrojada, algo en ella llamó su atención. Una extraña
languidez en sus movimientos. Sus pupilas estaban ligeramente empequeñecidas,
un olor amargo llevaba prendado a su ropa. Su conclusión iluminó su propio
rostro, la oficial había bebido.
Ella
notó la suspicacia nacer en la mirada de Rin, una ola de ansiedad se apoderó de
su cuerpo dejando caer los hombros bajo la sombra de su falta. Un temor trémulo
la hizo recordar la fría noche de mediados de abril.
-
Espero los disfrutes – Inspirando el aroma cálido de la carne al momento que
acercaba el plato a la oficial, Rin apretó sus dientes para contener su
felicidad. Relajando su mandíbula ante el miedo que percibía en ella, sacó del
escaparate una delgada botella blanca. Ambos sabían lo que contenía.
-
Creo aún, no es media noche. Sigue siendo posible beber ¿no? – Mirandola
expectante, la observó afirmar impaciente con el vaivén de su cabeza,
regalándole una amplia y serena sonrisa. Fiel reflejo de la suya propia.