-…lo que ahí sucedió, no fue un acto que Dios permitiría si existiera, lo que hicimos, no puede ser una obra que su misericordia nos proteja y perdoné; he de creer siempre que la sangre derramada entre los escombros, solo es el fallo de la compasión y el orgullo del hombre, pues a pesar de saber que debíamos pelear, a pesar de levantarnos y disparar sin detenernos, nunca nadie nos obligó a matar, y aún así, cada hombre que volvió de esa tierra maldita, tiene consigo impregnada en su piel la tinta roja, sangre y carne de quienes asesino... - El profesor dejó sobre su regazo el pequeño libro que contenía el relato de aquellos hombres que sobrevivieron a la ultima gran batalla que se libró en las trincheras del río Sena. La gran guerra hace cientos de años había llenado de miedo, frió y hambre las calles del mundo.
-- Quiénes de ustedes pueden estar de acuerdo con el asesino de un nombre, sin pena o juicio, debido a los criterios especiales que supone un estado de conflicto bélico –. Quitándose las gafas, acarició el tabique de su nariz, reflejando en sus ojos la importancia de su pregunta y la verdad que esperaba escuchar en la boca de sus alumnos.
El aula permaneció en silencio por unos segundos, una muchacha de rostro frágil y postura desinhibida, respondió con lo primero que  ha su mente vino, – creo estarlo, no hay manera de encontrar culpable a quienes se protegen y buscan proteger a sus familias -.
 - ¿Y que sucede con aquellos hombres que más allá de defenderse, hieren a los demás para no tener que lidiar ellos con la muerte? – El profesor se acerco frente a su escritorio y se apoyó en él. La muchacha no sabía que responder, su voz dudó por unos instantes, - eso… supondría que esos hombres buscaron la manera de destruirse sin reparos o misericordia, son culpables de anhelar la muerte de quienes eran sus enemigos - .
- ¿Alguien piensa diferente? -, el silencio nuevamente llenó cada uno de los asientos, difuminando los rostros de los alumnos, dejando en blanco y negro sus cuerpos, enfriando los latidos que yacían en el fragmento que el profesor leyó, ahogados con la razón del hombre, en lo justo y bueno.
  Los años en la piel del profesor estaban repletos de surcos, su cabello blanco resaltaba el oscuro todo de sus cejas y el claro color de sus ojos, fríos e implacables, quienes nuevamente como cada año, cerraban sus parpados con la expresión de la decepción prendados en ellos.
A la distancia, temeroso de sus propias dudas, un muchacho de cabello claro alzó la mirada e interrumpió ese momento, - los juicios de valor, no son algo con lo que nosotros debemos lidiar o entrever en los actos del hombre, sino, aquello que lo condujo en un instante a tener que decidir entre la vida y la muerte. Debemos preguntarnos donde queda el libre albedrío, la expresión más humana de nuestro tiempo, lo que da sentido a la libertad, pues ella, sólo es permitida en quienes no están obligados a luchar por sobrevivir, a olvidar la igualdad entre los hombres. Los campos de batalla, son el juego de azar de algo más grande que la razón, lo bueno, malo o libre -.

En el rostro del profesor se dibujó una pequeña sonrisa, hace mucho que no sonreía con la verdad.

2 comentarios:

Carolina Campos V. dijo...

Interesante escrito, aunque e disfrutado más otros de este blog, has cambiado un poco el estilo, antes era más romántico y sublime, esto parece un fragmento sacado de Zaratustra jaja, lo digo en broma pero me sentí igual mientras lo leía. Me gustan más los escritos donde se describe el sentir, no en los que se explican el porqué del sentir, eso queda más en artículos científicos porque soy un poco esceptica respecto a la filosofía. Aunque de ahí salieron los primeros científicos jaja, pero no comparto las personas que siguen queriendo encontrar respuestas de esa forma. De todas formas siempre mantienes una forma muy limpia de narrar las cosas Saludos!

Kristalle dijo...

muy interesante tu escrito^^

saludos