- Existió
un tiempo donde fui rey, noble y plebeyo. Tuve riqueza, esposa e hijos. Ahora
solo tengo recuerdos.., – un desgarbado anciano, de barba abultada y ojos cristalinos,
incapaces de ver la luz, yacía recostado envuelto en una manta sobre las
escaleras del Gran Mercado. Sus brazos extendidos en su regazo, mostraban los
nudillos de sus dedos amoratados a causa del frío, mientras su rostro curtido,
repleto de arrugas, creaba enormes líneas alrededor de sus ojos y sus labios pálidos.
Florencia
se detuvo a unos pasos de él y lo miro entristecida, el pobre anciano tenía los
pies descubiertos y ennegrecidos, congelados.
- Debemos buscar
a un medico – La niña miró a su hermano angustiada, un extraño escalofrío
recorría su piel.
Las
personas simplemente caminaban alrededor del anciano, las madres regañaban a
los niños, los mercaderes llevaban en sus hombros sacos de frutas o cajones con
verduras. Todos lo ignoraban, nadie le dirigía la mirada. Era el momento de ser
egoístas, eso decía su tío Henry cuando el invierno se hacía mas crudo, era el
momento de solo preocuparse por quienes se ama.
- Debemos
encontrar a un policía, alguien que pueda ayudarlo –. La niña tomó la mano de
su hermano buscando en su tacto una respuesta, pero Leonard simplemente no podía
dejar imaginar la manera como el pobre anciano término de esa forma, sin poder
encontrar una explicación. ¿Por qué nadie había hecho algo para ayudarlo?
Mirando
los hermosos ojos grises de Florencia, quienes añoraban escuchar una respuesta
de sus labios, Leonard sintió como su garganta comenzaba a oprimirse; no sabía
que hacer, no podía cargar con aquella responsabilidad.
- No
sientan pena muchachos –, un hombre de baja estatura, nariz ancha y extraño
mentón anguloso, les sonrió débilmente acercándose a ellos, mostrando mayor
amabilidad en su expresión que las toscas formas de su rasgos. – El pobre llevaba
dos días vagando por el lugar. Al primero, fui a la policía y dijeron que de no
existir un cadáver que obstruyera el paso, no les interesaba, no harían nada
por una persona sin hogar-. Limpiando sus manos en su delantal, llevo sus dedos
a su cabello peinándolo con cuidado.
- Intente
cubrir sus pies con algo de ropa, pero el tacto hace que sangren sus heridas o el
dolor de las quemaduras comience a agobiarlo. Lo he dejado dormir por las noches
en el piso del local, no es lo mejor, pero no puedo hacer mas –, apuntando con
su brazo a una pequeña carnicería, suspiro con resignación. – Creo que
simplemente desea morir, he intentado darle de comer, pero no la recibe. -
- ¿Un
medico? – Florencia miro a su hermano suplicándole, tragándose las lágrimas
para poder hablar claramente. – Aun deben quedar algunos en la ciudad -
- No te
mortifiques pequeña, hay algunos pocos que aún están acá, pero no lo atenderán,
no gratuitamente. Los buenos, aquellos que si son médicos están en la frontera, los demás, ya
corrieron a esconderse hace mucho a los valles del sur. Solo queda esperar –, el hombre sonrió tristemente mientras
miraba al anciano una vez mas antes de alejarse.
– Creo que
solo quiere que alguien lo escuche –, Leonard agudizo su oído intentando
guardar en su memoria las palabras del anciano.
- Dios nos
creó para vivir en paz y amar a nuestro prójimo, para no herirlo o abusar de él.
Él es nuestro pastor y el que guía nuestros destinos -, su boca compartió a
todos una sonrisa en sus desaliñados dientes.
- No es
justo –. La niña abrazo a su hermano hundiendo su rostro en su pecho. Deseaba
saber que él aún estaba junto a ella. Sosteniendo sus manos, Leonard la hizo
caminar junto a él y aproximarse lentamente hacia el anciano. – ¿hay algo en cual
podamos ayudarle?, ¿algo que necesite? –
El rostro
del anciano giró en dirección a su voz,
llevando ambas manos a su boca para calentarlas, – el hecho de que no finjas, no
verme aquí, es suficiente para mi, muchacho. Gracias –. La mañana era aún muy
joven, y en su voz, quedaban muchas palabras por ser dichas.
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