En la pequeña antesala junto al aparador, en una estrecha
mesa, una menuda niña con desdén y temor, apretaba con su mano derecha un delgado
tenedor.
El pulcro Hacedor, vestido de blanco hizo lo propio,
caminaba con pisadas frías y mirada ausente, perdido en el futuro presente,
deseando que el amargo sabor de las trufas fuera para ella su perdición.
Suspendidos
en el aire, afligidos y expectantes, un segundo previo de dolor, el metal
desgarrando cada capa de la suave y esponjosa escena de tierna compasión.
Un
bocado silente y ansioso. Labios apretados y parpados ocultos. El recuerdo
imborrable que nace en una sonrisa pintada de chocolate.
2 comentarios:
Una escena encantadora, me encanta tu manera de describir. Un abrazo.
Que delicioso es volver a leerte, a perdernos en los mundos a los que nos llevan y de los que siempre se vuelve con alguna emoción añadida
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